miércoles, 9 de febrero de 2011

Eran tres.

Tres en busca de un bar donde tomar un simple desayuno, después de una agotadora madrugada y una fatigada mañana. No les valía un sitio cualquiera, tenía que ser uno. Uno especial entre todos los que rodean la calmada zona vieja de la ciudad.
Al final se decidieron por un armonioso ambiente dentro de un pequeño local adornado de una bella vejez. Aparentaba cafetería de interesantes coloquios, de antiguos romances universitarios que comenzaron a la luz de los reflejos de la vidriera principal, enamorados cogidos de la mano, que miraban pasar a la gente de la calle, mientras otros dentro lloraban lágrimas de alcohol; una cafetería sin nada en particular, pero con un encanto sobrenatural. El ambiente perfecto para tres jovencitas inexpertas en el arte de la vida real.
Les sirvieron sus cafés en tazas de alegría y las colmaron con bastantes, o incluso demasiadas me atrevería a decir, cucharillas de ilusión. Osadía e ignorancia de la vida. Peligrosa pareja.
No supieron parar. Comenzaron a hablar, a desvariar, a creerse dueñas de su propia vida durante unos minutos, sintiéndose realizadas mientras imaginaban cómo acabaría siendo su propio futuro de adultas.
Una amando las rutinas en cualquier lugar del mundo, por decir alguno…en un continente de junglas y tesoros de color; otra soñando con compaginar arte y locura, y una servidora, soñando idilios con el periodismo que no sabrá si estos serán alcanzados hasta llegado el momento.
El resto no importa, ni el tiempo, ni la gente de alrededor, que sin quererlo fueron testigos de una propia historia. No importa nada. Solo importa la ilusión con qué se dicen las cosas, lo importante que es ver en una persona cómo le brillan los ojos al hablar de lo que quiere, de lo que con tan solo dieciocho años es capaz de perseguir una persona.
Porque si en la vida no te ilusionas, no te dejas arrastrar. No vives. Sino que se lo pregunten a cualquier otro estudiante que no se para a pensar en lo que ocurrirá después.
Tienes que ser como ellas. No potencialmente periodistas. Solamente personas. De carne y hueso. Con sus sentimientos y sueños, pero también con sus defectos y quebraderos de cabeza. Pues ellas, aunque simples como especiales que son, se sienten únicas en este mundo de caos y materialismo. Creen que aún se puede vivir de metas, sueños repletos de cariño y esperanza. Y como hicieron anteriores jóvenes, quizás en un mismo local como aquel, prometieron cumplirlo antes de que el mundo les absorbiera esas ganas locas de vivir. Antes. Antes de afrontar que la moneda siempre oculta una cara. Antes de que el mundo en el que vivimos destroce los pocos sueños que quedan. Antes de convertirse realmente en adultas con una vida detrás de un escritorio y un horario programando sus vidas al lado del ordenador.
Antes. Mucho antes. Antes de que se terminen todas las oportunidades para lograr lo que siempre quisieron. Vivir para lo que nacieron.

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